PARTE II
Año 2136
Aurom y Cedilio han conseguido, no recuerdas cómo, que
salgas de esa prisión de Iridio y de la Gran Colmena. Es el lugar exacto, donde
hace más de cien años, se abrió una puerta espacio-tiempo. Tienes la impresión
de estar en el centro de un enorme cráter.
No corre la más mínima brisa y el aire huele a hierro
oxidado. Has mirado a tus pies y percibes que estás desnudo. Piensas con enfado,
en mandar al diablo a los dos viejos. Te gustaría regresar.
A lo lejos has divisado una pequeña nube de polvo, lo que
te indica que algo se aproxima. Lo hace con rapidez. No tienes donde esconderte
y te preguntas si no acabara esto como el rosario de la aurora.
Para colmo, una especie de cristal trasparente ha surgido
detrás de ti. Se mueve, y transforma lo que se ve a través de él en una imagen
caleidoscópica. La textura es parecida a una pompa de jabón. Su interior se
ennegrece a cada momento.
De la nube de polvo ha surgido un vehículo. Un vehículo
negro y brillante con tracción tipo oruga, como los tanques. De él han bajado
cuatro Fracos. Van con el uniforme de los “castigadores” y sabes cómo se las
gastan. Lo has visto más de una vez. Túnica negra, larga hasta media pierna con
enormes hombreras. Cintura recogida en un ancho y marcado cinturón de textura parecida al cuero. Gafas tipo
goggles 1930 de cristales negros. A la cabeza, una especie de escafandra de piel
adherida al cuero cabelludo. Botas negras de suela gruesa y la boca guardada en
el alto cuello que cierra la túnica.
Bajan del vehículo. Se dirigen hacia ti cada vez con más
rapidez. Los miras y miras el agujero que ya es completamente negro. Danza a tu
lado. No lo has pensado más de dos veces, te arrojas a su interior. Tienes la
esperanza de que los viejos estén en lo cierto, nobleza obliga, y no te quedes
desintegrado a donde quiera que te lleve esa oscuridad.
Año 2016
Mientras tenía este desagradable encuentro con Fabio,
Carlos observaba la pantalla del ordenador.
—¡Está ocurriendo!!es la secuencia! —dijo— ¡voy a transferirla al modo 3D!
Tecleaba en el ordenador. Los tres mirábamos
entusiasmados la pantalla. En ese instante, a nuestras espaldas, algo ocurría.
Nos volvimos, y vimos atónitos, una especie de nebulosa que flotaba. Se desplazaba
por el laboratorio y los objetos que quedaban detrás, se percibían como a
través de un cristal que se moviese en espiral. Después, las imágenes se
fragmentaron hasta que el interior de la nebulosa quedó completamente negra,
como un pozo profundo.
Mirábamos con miedo aquella especie de flujo danzarín,
cuando de ella surgió un hombre.
No habíamos reaccionado aun, cuando un momento después, a
través del flujo, otra figura con gafas oscuras y sin boca estaba emergiendo. Carlos,
sin dejar de mirar, pulsó las teclas del ordenador. Con el sonido amplificado
de un desagüe, desapareció el flujo, pero no aquel hombre desnudo que había
surgido de él y que se tapaba avergonzado con ambas manos.
Permanecimos unos momentos en silencio.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Fabio.
El hombre se llevó la mano hacia su oreja izquierda y
pulsó algo justo detrás de esta.
—Se ha abierto un portal. —contestó Carlos sin dejar de
mirarlo.
—Sí —dije— ya. Eso está clarísimo —empezaba a ponerme
histérica—. ¡Cómo no me di cuenta antes! tú eres Nobita, Fabio es Gigante, yo Sisuka y ¡este tío claro, es Doraemon con su
puerta mágica!¿y si lo que quiere es matarnos?
—No vengo a mataros —dijo— mi nombre es Ourom. Vengo del
año 2136.
De reojo buscaba la cámara. Aquello solo podía ser una
broma.
—¿No tendrás un cigarrillo por ahí olvidado? —pregunté a
Carlos. Las manos me temblaban. Hacía meses que había dejado de fumar, pero mi cuerpo reclamaba nicotina como un bebe hambriento reclama su biberón.
—Lo siento —respondió mi amigo, y se dirigió a Ourom—. Mi
nombre es Carlos y este es Fabio. Ella es Raquel. Dinos que ha ocurrido. Creo
que sabes algo más que nosotros.
—Vale, —interrumpí— pero antes ¿lo podemos vestir?
Aquel hombre me producía dos extraños sentimientos. Por
un lado me aterrorizaba pero por otro, sus ojos celestes y su mirada limpia, me
atraían de muchas formas.
Carlos recordó que en algún armario tenía guardada una
bolsa de deporte. Contenía solo un
chándal y unas chancletas.
—Está usado —dijo—, pero es lo que tenemos en este
momento.
—Gracias —dijo Ourom, y para mi tranquilidad, se vistió.
Nos contó, que fuimos nosotros los que activamos el
portal. Por eso, desde el futuro se sabía el sitio y el lugar exacto donde se
abriría. Nos explicó, la existencia de los Oncetarios y de los Fracos y de lo
que estos pretendían hacer. Su misión: destruir las larvas de la mosca blanca y
todo lo que tuviera que ver con este experimento.
—Una curiosidad —dijo Carlos— como es que hablas nuestro
idioma.
—Llevo un traductor detrás de la oreja izquierda. Con él
puedo hablar y entender cualquier idioma. En el futuro todos llevamos uno de
estos.
—¡Y yo estudiando
inglés como una loca!
Después, Carlos recordó que había leído, no sabía dónde, que
en el Jardín Botánico de la UMA, se estaba llevando un estudio de este tipo.
Propuso que fuésemos allí e investigásemos. Si veíamos algo extraño, entonces
actuaríamos.
Nos dirigíamos a la puerta y Fabio, con un rápido
movimiento sacó de su bolsillo una pistola. Me amenazaba con ella en la sien. Obligó
a Carlos y a Ourom a que se alejasen de nosotros mientras me llevaba hacia
fuera. Desde el umbral de la puerta, lanzó una pelota negra que comenzó a echar
humo en el momento en que tocó el suelo.
—Ahora a dormir tranquilitos —dijo.
Carlos y Ourom se desplomaron despacio en el suelo. Ourom
intentaba llegar a la puerta. Me miró dulcemente.
Fabio con el arma en el
costado, me llevó hasta su coche.
Llegamos al Jardín Botánico justo cuando Adolfo cerraba
la puerta del laboratorio. Abrió de nuevo, entramos, y Fabio le explicó todo lo
ocurrido.
—Tenemos que darnos prisa —dijo Adolfo—. Las larvas serán
moscas en tres horas. Ya da igual que lo descubran. La misión está a punto de
acabar. Las cogeré y nos largamos.
Miré el reloj del laboratorio. Eran las diez de la
mañana. En ese momento, entraba Darío.
—Todo se ha precipitado —le dijo Adolfo—. Pero has
llegado en el momento justo. En pocas horas, todo lo planificado se llevará a
cabo. El cambio deseado es inminente y los Fracos seremos, por fin, los dueños
de este ridículo planeta. Dejaremos de vivir en la sombra. Coge a esta —dijo
empujándome contra él— y ya sabes lo que tienes que hacer.
—¿El qué?
—¡Matarla imbécil!
Fabio colocó el silenciador a la pistola y se la entregó.
Me miró con sus espantosos ojos grises y un momento después se marchaba con
Adolfo a toda prisa. Darío no hacía sino mirarme.
—¡Qué! Nunca has matado a nadie ¿verdad? —dije.
—¡Callate!
—Para qué. De todas formas, según tus amigos, en pocas
horas yo y un montón de gente habremos muerto. Te han colado un marrón. —Me
moví despacio.
—¡Cállate te he dicho! —y me soltó un bofetón. El sabor
de la sangre acudió a mi boca, pero lo había distraído. Había cogido un cutter. Escondido entre mis manos y
despacio, le sacaba la cuchilla. Sin darme tiempo a pensar, le corté en la cara.
El arma se disparó y una maceta cayó al suelo. Mientras, le daba una patada
allí. Se encogió y cayó. Había soltado la pistola de su mano. La cogí sin
mirarlo y salí corriendo.
Tenía que coger un vehículo. Abrí la puerta de un Toyota que estaba aparcando. Me senté en
la parte del copiloto y mostrando la punta del arma, le ordené a la chica que
conducía que me llevase rápido al Parque Tecnológico.
Cuando llegamos, bajé del coche, le dije que lo sentía y
le dejé veinte euros en el asiento. Subí lo más rápido que mis piernas me
permitían al laboratorio y abrí la puerta con ímpetu. Estaban adormilados, poco
a poco se dieron cuenta de donde estaban y de lo que había pasado.
—¿Estás bien? —me preguntó Ourom. Me había cogido por los
hombros y me miraba fijamente.
—Sí, sí. Los escuché decir que iban al Rectorado. Si nos
damos prisa podemos cogerlos.—Dije mientras notaba que enrojecía.
Eran las once y veinte.
Nos dirigíamos hacia allí en el coche de Carlos. Ourom
miraba por la ventana.
—Así era el mundo antes —dijo como si estuviese hablando
para sí mismo—.En el futuro no quedará nada de esto.
Permanecimos en silencio. Excepto la radio, que como en una
premonición macabra, comenzó a sonar “The
final Countdown” de Europe.
Dejamos el coche aparcado en segunda fila, justo enfrente
del Rectorado. Subimos las escaleras y Ourom se detuvo en la puerta. Giró sobre
sí mismo.
—Esto es precioso —dijo.
Me volví y miré también. Era cierto, el parque de Málaga,
su cielo, toda ella preciosa. Mi ciudad. Nada ni nadie la iba a destruir. No
podía permitir que esos tipejos, por muy Fracos que fuesen, se salieran con la
suya.
El guarda de la puerta nos miró fijamente. Debíamos de
formar un extraño grupo con Ourom vestido de chandal y con chancletas. Pero
como el detector no pitó y el arma la había olvidado en el Parque Tecnológico,
lo que lamenté después, pasamos sin problemas.
—Seguidme—dijo Carlos cuando desaparecimos de la vista
del guarda.— Vayamos al despacho del rector. Tiene que ser uno de ellos.
Se pusieron a correr. Yo, sinceramente apenas podía seguir
su ritmo. Se notaban las horas de gimnasio de Carlos y lo que quiera que fuese
de Ourom. Lo cierto es que yo me asfixiaba –dichoso tabaco-. Llegaron primero,
abrieron la puerta sin llamar y cerraron despacio mientas se disculpaban.
—¿Qué pasa? Pregunté cuando llegue unos segundos después
medio asfixiada.
—No es aquí. Maldita sea ¿dónde habrán ido? —decía Carlos.
—¡Espera! —dije— ¡el antiguo Rectorado! ¡En los viejos
barracones! ¿No te acuerdas? Los cerraron y los dejaron como centro de
investigación y reuniones, pero no funcionó porque nadie los utilizaba.
—¿Estas segura?
—Casi. Pero creo que lo primero que debimos hacer fue
preguntar al guarda. Si había entrado alguien con las características de Fabio,
lo recordaría. Corred a por el coche —dije—, si no se lo ha llevado la grúa. Yo
le preguntaré. Si no lo ha visto volamos para el Ejido.
—Hemos perdido un tiempo precioso —dijo Carlos ya en el
coche—. Son las doce y cuarto.
Ourom callaba. No hacía más que mirar a través de la
ventana.
—Cuando estudiaba Económicas —dije—, bajábamos allí a
fumar alguna cosa más fuerte que el tabaco. Había una puerta algo escondida. De
allí entraba y salía gente… Nos preguntábamos que se cocería allí y… ¡había un albino! Claro que entonces tenía
pelo. ¡Tenía que ser Fabio!¡Cómo no me di cuenta!
Llegamos y nos acercamos con sigilo. Se escuchaban voces
en su interior. Ourom se dirigió a la puerta con determinación.
Golpeó con una patada fuerte la puerta. Se desencajó un
poco. A la segunda patada se desvencijó y entramos. Primero Ourom, detrás
Carlos, y por último, y muerta de miedo, yo.
—Vaya, vaya —dijo Adolfo sin inmutarse— tenemos visita.
Estaba enfrente de mí y sonreía como una lagartija. Me
miró.
—Ese inepto de Darío no sabe seguir unas sencillas órdenes.
Por lo visto, todo tengo que hacerlo yo.
—Danos las larvas —dije— somos tres y tú eres solo uno. Un
estúpido uno.
Ourom estaba a su derecha, a dos metros. Escapaba
ligeramente de su campo de visión y se acercaba a él de forma sigilosa.
—No tan estúpido. Te equivocas —dijo, y señaló una puerta
que había tras él.
Se abrió y apareció Fabio que me apuntaba de nuevo con
una Glock.
—Sorpresa —dijo.
Adolfo se acercaba despacio a la mesa que tenía al lado. Se
dirigía a uno de los cajones con la clara intención de sacar alguna otra arma.
Y empezó la acción.
Carlos se abalanzó contra Adolfo. Ourom, aprovechó ese
instante para precipitarse contra Fabio. Le sujetó la mano que agarraba el arma.
Un disparo se escapó de la pistola. Ambos cayeron al suelo y forcejearon. Para
ayudar a Carlos, me subí a las espaldas de Adolfo. Le mordía la cabeza y le
arañaba la cara. Dos disparos más se dejaron escuchar. Carlos cayó al suelo.
Adolfo, entonces, me cogió del pelo. Me bajó de su
espalda y me lanzó contra la pared. Escuché crujir todos mis huesos. Desde el
suelo vi que Fabio, con el forcejeo con Ourom, había perdido la pistola y rodaba
por el suelo. Miré a Carlos, se había incorporado pero sangraba por el brazo
izquierdo.
—¡No es nada ¡ busca las larvas! —Exclamó.
Mientras intentaba incorporarme, la pistola se deslizaba
por el suelo. Danzaba sin música entre los zapatos. Impulsada de un lado para
otro, al final, se detuvo debajo de la mesa. Adolfo se dirigió hacia mí para
rematar su faena. Carlos levantó su pierna y le hizo la zancadilla. Adolfo cayó. Carlos lo levantó de las solapas,
pero Adolfo, ya solo dirigía la mirada hacia donde estaba la pistola. La había
visto y dejaba que Carlos, que iba perdiendo fuerzas, le pegase. Lo único que
pretendía era hacerse con la Glock.
Ourom seguía luchado contra Fabio.
La escena se ralentizó. El sonido me llegaba como si
estuviese sumergida en el agua. Mi mirada se cruzó con los ojos de Adolfo que
miraba la pistola y me miraba a mí. Medía mentalmente la distancia, y aunque,
recibía los golpes de Carlos, su objetivo era llegar antes que yo a la pistola.
La habitación quedó sola. Solos él y yo, en una lucha tácita por llegar al
arma. Me arrastraba hacia debajo de la mesa, pero mis movimientos eran lentos.
Adolfo estaba otra vez en el suelo. Carlos había previsto sus intenciones e
intentaba detenerlo, pero las fuerzas le abandonaban. Si alargaba mi brazo
derecho podría cogerla, pero cuando lo intenté, un dolor agudo me lo impidió.
Adolfo alargaba el suyo y ya podía tocarla con la punta de los dedos. Con un
grito levanté el brazo y la cogí. La mano de Adolfo rozó la mía. Giré sobre mi
misma, y me enderecé. Arrastrando una pierna, puse la pistola en la cabeza a
Adolfo. Todo paró.
Adolfo se puso en pie. Ourom cogió a Fabio y lo puso
junto a este. Mientras los tenía amenazados con la pistola, mis amigos buscaban
las larvas.
Habían dado las doce y cincuenta y tres.
—Inténtalo —dije a Adolfo que hizo amago de moverse—,
inténtalo siquiera y esta te mata.
Adolfo sonreía, no sabía porque. Habían perdido.
Lo entendí. La nebulosa, aquella especie de holograma
danzante se estaba formando otra vez.
Carlos, que estaba muy débil, dejó de buscar las larvas y
fue hacia el ordenador. Tecleaba con rapidez, pero la nebulosa seguía su pauta.
—Mi ejército está en camino —dijo Adolfo—. Fabio me lo ha
contado todo. Se trajo el programa. La historia va a cambiar de un momento a
otro. En breve saldrán por esa nube o lo que sea que habéis creado, un ejército
de Fracos.
—¡Cállate! —dije mientras lo amenazaba— Si ellos entran
te juro que tú mueres.
Ourom se colocó frente a la nube con la intención de
frenar su entrada.
—No, Ourom— dije — no podrás con todos.
Me miró con dulzura y sonrió.
—Son de mi tiempo —dijo—. Son míos… quiero que sepas, que
me ha encantado conocerte.
Volví a ruborizarme.
—¡Qué tierno! —exclamó Adolfo— Qué bonita despedida.
La nebulosa giraba cada vez más rápido y se iba volviendo
cada vez más negra. Todos sabíamos lo que esto significaba.
—¡Carlos! —supliqué.
—¡Hago lo que puedo!¡Fabio ha cambiado la contraseña! ¡Tengo
que dar un rodeo!
La nebulosa ya era totalmente negra. Adolfo sonreía más
ampliamente. Llevé el dedo al gatillo. Se escuchó un silbido largo y agudo y la
nebulosa desapareció. También la sonrisa de Adolfo.
A las doce y cincuenta y ocho, nos hicimos con las larvas.
Las destruimos con fuego. Para nosotros fue el inicio de una promesa.
Después, Carlos provocó de nuevo la nebulosa. Adolfo y Fabio
viajarían al futuro. De Darío nada sabíamos.
— Esta mal tirar la basura a otro sitio pero… Es
imposible dejaros aquí —dijo Carlos.
Cuando la nube alcanzó la negrura, los empujamos hacia el
interior y desaparecieron en el acto. No me quedó el menor remordimiento. Solo
sentía tener que despedirme de Ourom.
—Cierra esa nube —dijo.
Una sensación me invadió.
—¿No te vas? —dije.
—Mi mundo es este. —Hizo una pausa mientras se aproximaba—.
Junto a ti.
Las piernas me temblaban y volvía a ruborizarme.
—Lo importante es que quiero estar contigo. —Me besó—. Soy
libre para elegir, y elijo estar contigo.
Iba a besarme de nuevo, pero Carlos, que se había
recuperado un poco, se colocó entre los dos.
—Bueno, eso está muy bien chicos —dijo—, pero no hemos de
olvidar que ahí fuera siguen habiendo Fracos. Entre ellos Darío, y querrán
destruirnos.
—Será
nuestra misión. Necesitaremos más gente. —dijo Ourom.
—Eso está muy bien —dije— pero lo primero es lo primero.
Hay que comprarte ropa decente.
— ¿FIN? —