TU PELO 

         La extraña relación del cosmos con tu pelo negro, ondulado y largo, manifestaba la sinfonía muda de un misterio. Solo el universo podría entender la melodía embrujada de aquellas ondas, que se hacían insonoras cuando movías tu cabeza y desprendías notas musicales con olor a camelias blancas. Así impregnabas, de la esencia de tu ser, la estela de tus pasos.
         
        Porque el cosmos estaba de tu parte; no de la mía.
       
       Aquel halo etéreo que evocabas al andar, con la frescura del amanecer reflejado en tu aura, revestían tu presencia de magnánima belleza. Hechizo del cosmos hecho mujer, diosa bajada de las auroras boreales. Eso eras para mí.
        
        ¿Lo sabias? Seguramente sí. Tu intuición poderosa así te lo haría ver. Tus sentidos extracorpóreos habrían entrado en mi mente para constatar que solo tú, reinabas en ella y en mi corazón, donde cada latido te pertenecía. Sí. Lo sabías.

       
        Y cada mañana, con el tictac del universo acompañado en tus pies de hada, pasabas junto a mi vera y con una sonrisa dulce, inundada de pena, me decías con tus ojos. olvídame©

Parte II y última entrega de "Kaleidoscopio: en los bordes de la ciencia"

PARTE II
Año 2136
            Aurom y Cedilio han conseguido, no recuerdas cómo, que salgas de esa prisión de Iridio y de la Gran Colmena. Es el lugar exacto, donde hace más de cien años, se abrió una puerta espacio-tiempo. Tienes la impresión de estar en el centro de un enorme cráter.
            No corre la más mínima brisa y el aire huele a hierro oxidado. Has mirado a tus pies y percibes que estás desnudo. Piensas con enfado, en mandar al diablo a los dos viejos. Te gustaría regresar.
            A lo lejos has divisado una pequeña nube de polvo, lo que te indica que algo se aproxima. Lo hace con rapidez. No tienes donde esconderte y te preguntas si no acabara esto como el rosario de la aurora.
            Para colmo, una especie de cristal trasparente ha surgido detrás de ti. Se mueve, y transforma lo que se ve a través de él en una imagen caleidoscópica. La textura es parecida a una pompa de jabón. Su interior se ennegrece a cada momento.
            De la nube de polvo ha surgido un vehículo. Un vehículo negro y brillante con tracción tipo oruga, como los tanques. De él han bajado cuatro Fracos. Van con el uniforme de los “castigadores” y sabes cómo se las gastan. Lo has visto más de una vez. Túnica negra, larga hasta media pierna con enormes hombreras. Cintura recogida en un ancho y marcado  cinturón de textura parecida al cuero. Gafas tipo goggles 1930 de cristales negros.  A la cabeza, una especie de escafandra de piel adherida al cuero cabelludo. Botas negras de suela gruesa y la boca guardada en el alto cuello que cierra la túnica.
            Bajan del vehículo. Se dirigen hacia ti cada vez con más rapidez. Los miras y miras el agujero que ya es completamente negro. Danza a tu lado. No lo has pensado más de dos veces, te arrojas a su interior. Tienes la esperanza de que los viejos estén en lo cierto, nobleza obliga, y no te quedes desintegrado a donde quiera que te lleve esa oscuridad.




Año 2016

            Mientras tenía este desagradable encuentro con Fabio, Carlos observaba la pantalla del ordenador.
            —¡Está ocurriendo!!es la secuencia! —dijo— ¡voy  a transferirla al modo 3D!
            Tecleaba en el ordenador. Los tres mirábamos entusiasmados la pantalla. En ese instante, a nuestras espaldas, algo ocurría. Nos volvimos, y vimos atónitos, una especie de nebulosa que flotaba. Se desplazaba por el laboratorio y los objetos que quedaban detrás, se percibían como a través de un cristal que se moviese en espiral. Después, las imágenes se fragmentaron hasta que el interior de la nebulosa quedó completamente negra, como un pozo profundo.
            Mirábamos con miedo aquella especie de flujo danzarín, cuando de ella surgió un hombre.
            No habíamos reaccionado aun, cuando un momento después, a través del flujo, otra figura con gafas oscuras y sin boca estaba emergiendo. Carlos, sin dejar de mirar, pulsó las teclas del ordenador. Con el sonido amplificado de un desagüe, desapareció el flujo, pero no aquel hombre desnudo que había surgido de él y que se tapaba avergonzado con ambas manos.
            Permanecimos unos momentos en silencio.
            —¿Qué ha pasado? —preguntó Fabio.
            El hombre se llevó la mano hacia su oreja izquierda y pulsó algo justo detrás de esta.
            —Se ha abierto un portal. —contestó Carlos sin dejar de mirarlo.
            —Sí —dije— ya. Eso está clarísimo —empezaba a ponerme histérica—. ¡Cómo no me di cuenta antes! tú eres Nobita,  Fabio es Gigante, yo  Sisuka y ¡este tío claro, es Doraemon con su puerta mágica!¿y si lo que quiere es matarnos?
            —No vengo a mataros —dijo— mi nombre es Ourom. Vengo del año 2136.
            De reojo buscaba la cámara. Aquello solo podía ser una broma.
            —¿No tendrás un cigarrillo por ahí olvidado? —pregunté a Carlos. Las manos me temblaban. Hacía meses que había dejado de fumar, pero mi cuerpo reclamaba nicotina como un bebe hambriento reclama su biberón.
            —Lo siento —respondió mi amigo, y se dirigió a Ourom—. Mi nombre es Carlos y este es Fabio. Ella es Raquel. Dinos que ha ocurrido. Creo que sabes algo más que nosotros.  
            —Vale, —interrumpí— pero antes ¿lo podemos vestir?
            Aquel hombre me producía dos extraños sentimientos. Por un lado me aterrorizaba pero por otro, sus ojos celestes y su mirada limpia, me atraían de muchas formas.
            Carlos recordó que en algún armario tenía guardada una bolsa de deporte. Contenía  solo un chándal y unas chancletas.
            —Está usado —dijo—, pero es lo que tenemos en este momento.
            —Gracias —dijo Ourom, y  para mi tranquilidad, se vistió.
            Nos contó, que fuimos nosotros los que activamos el portal. Por eso, desde el futuro se sabía el sitio y el lugar exacto donde se abriría. Nos explicó, la existencia de los Oncetarios y de los Fracos y de lo que estos pretendían hacer. Su misión: destruir las larvas de la mosca blanca y todo lo que tuviera que ver con este experimento.
            —Una curiosidad —dijo Carlos— como es que hablas nuestro idioma.
            —Llevo un traductor detrás de la oreja izquierda. Con él puedo hablar y entender cualquier idioma. En el futuro todos llevamos uno de estos.
            —¡Y  yo estudiando inglés como una loca!
            Después, Carlos recordó que había leído, no sabía dónde, que en el Jardín Botánico de la UMA, se estaba llevando un estudio de este tipo. Propuso que fuésemos allí e investigásemos. Si veíamos algo extraño, entonces actuaríamos.
            Nos dirigíamos a la puerta y Fabio, con un rápido movimiento sacó de su bolsillo una pistola. Me amenazaba con ella en la sien. Obligó a Carlos y a Ourom a que se alejasen de nosotros mientras me llevaba hacia fuera. Desde el umbral de la puerta, lanzó una pelota negra que comenzó a echar humo en el momento en que tocó el suelo.
            —Ahora a dormir tranquilitos —dijo. 
            Carlos y Ourom se desplomaron despacio en el suelo. Ourom intentaba llegar a la puerta. Me miró dulcemente.
Fabio con el arma en el costado, me llevó hasta su coche.
           
            Llegamos al Jardín Botánico justo cuando Adolfo cerraba la puerta del laboratorio. Abrió de nuevo, entramos, y Fabio le explicó todo lo ocurrido.
            —Tenemos que darnos prisa —dijo Adolfo—. Las larvas serán moscas en tres horas. Ya da igual que lo descubran. La misión está a punto de acabar. Las cogeré y nos largamos.
            Miré el reloj del laboratorio. Eran las diez de la mañana. En ese momento, entraba Darío.
            —Todo se ha precipitado —le dijo Adolfo—. Pero has llegado en el momento justo. En pocas horas, todo lo planificado se llevará a cabo. El cambio deseado es inminente y los Fracos seremos, por fin, los dueños de este ridículo planeta. Dejaremos de vivir en la sombra. Coge a esta —dijo empujándome contra él— y ya sabes lo que tienes que hacer.
            —¿El qué?
            —¡Matarla imbécil!
            Fabio colocó el silenciador a la pistola y se la entregó. Me miró con sus espantosos ojos grises y un momento después se marchaba con Adolfo a toda prisa. Darío no hacía sino mirarme.
            —¡Qué! Nunca has matado a nadie ¿verdad? —dije.
            —¡Callate!
            —Para qué. De todas formas, según tus amigos, en pocas horas yo y un montón de gente habremos muerto. Te han colado un marrón. —Me moví despacio.
            —¡Cállate te he dicho! —y me soltó un bofetón. El sabor de la sangre acudió a mi boca, pero lo había distraído. Había cogido un cutter. Escondido entre mis manos y despacio, le sacaba la cuchilla. Sin darme tiempo a pensar, le corté en la cara. El arma se disparó y una maceta cayó al suelo. Mientras, le daba una patada allí. Se encogió y cayó. Había soltado la pistola de su mano. La cogí sin mirarlo y salí corriendo.
            Tenía que coger un vehículo. Abrí la puerta de un Toyota que estaba aparcando. Me senté en la parte del copiloto y mostrando la punta del arma, le ordené a la chica que conducía que me llevase rápido al Parque Tecnológico.
            Cuando llegamos, bajé del coche, le dije que lo sentía y le dejé veinte euros en el asiento. Subí lo más rápido que mis piernas me permitían al laboratorio y abrí la puerta con ímpetu. Estaban adormilados, poco a poco se dieron cuenta de donde estaban y de lo que había pasado.
            —¿Estás bien? —me preguntó Ourom. Me había cogido por los hombros y me miraba fijamente.
            —Sí, sí. Los escuché decir que iban al Rectorado. Si nos damos prisa podemos cogerlos.—Dije mientras notaba que enrojecía.
            Eran las once y veinte.
            Nos dirigíamos hacia allí en el coche de Carlos. Ourom miraba por la ventana.
            —Así era el mundo antes —dijo como si estuviese hablando para sí mismo—.En el futuro no quedará nada de esto.
            Permanecimos en silencio. Excepto la radio, que como en una premonición macabra, comenzó a sonar “The final Countdown” de Europe.

            Dejamos el coche aparcado en segunda fila, justo enfrente del Rectorado. Subimos las escaleras y Ourom se detuvo en la puerta. Giró sobre sí mismo.
            —Esto es precioso —dijo.
            Me volví y miré también. Era cierto, el parque de Málaga, su cielo, toda ella preciosa. Mi ciudad. Nada ni nadie la iba a destruir. No podía permitir que esos tipejos, por muy Fracos que fuesen, se salieran con la suya.
            El guarda de la puerta nos miró fijamente. Debíamos de formar un extraño grupo con Ourom vestido de chandal y con chancletas. Pero como el detector no pitó y el arma la había olvidado en el Parque Tecnológico, lo que lamenté después, pasamos sin problemas.
            —Seguidme—dijo Carlos cuando desaparecimos de la vista del guarda.— Vayamos al despacho del rector. Tiene que ser uno de ellos.
            Se pusieron a correr. Yo, sinceramente apenas podía seguir su ritmo. Se notaban las horas de gimnasio de Carlos y lo que quiera que fuese de Ourom. Lo cierto es que yo me asfixiaba –dichoso tabaco-. Llegaron primero, abrieron la puerta sin llamar y cerraron despacio mientas se disculpaban.
            —¿Qué pasa? Pregunté cuando llegue unos segundos después medio asfixiada.
            —No es aquí. Maldita sea ¿dónde habrán ido? —decía Carlos.
            —¡Espera! —dije— ¡el antiguo Rectorado! ¡En los viejos barracones! ¿No te acuerdas? Los cerraron y los dejaron como centro de investigación y reuniones, pero no funcionó porque nadie los utilizaba.
            —¿Estas segura?
            —Casi. Pero creo que lo primero que debimos hacer fue preguntar al guarda. Si había entrado alguien con las características de Fabio, lo recordaría. Corred a por el coche —dije—, si no se lo ha llevado la grúa. Yo le preguntaré. Si no lo ha visto volamos para el Ejido.
            —Hemos perdido un tiempo precioso —dijo Carlos ya en el coche—. Son las doce y cuarto.
            Ourom callaba. No hacía más que mirar a través de la ventana.
            —Cuando estudiaba Económicas —dije—, bajábamos allí a fumar alguna cosa más fuerte que el tabaco. Había una puerta algo escondida. De allí entraba y salía gente… Nos preguntábamos que se cocería allí y…  ¡había un albino! Claro que entonces tenía pelo. ¡Tenía que ser Fabio!¡Cómo no me di cuenta!
            Llegamos y nos acercamos con sigilo. Se escuchaban voces en su interior. Ourom se dirigió a la puerta con determinación.
            Golpeó con una patada fuerte la puerta. Se desencajó un poco. A la segunda patada se desvencijó y entramos. Primero Ourom, detrás Carlos, y por último, y muerta de miedo, yo.
            —Vaya, vaya —dijo Adolfo sin inmutarse— tenemos visita.
            Estaba enfrente de mí y sonreía como una lagartija. Me miró.
            —Ese inepto de Darío no sabe seguir unas sencillas órdenes. Por lo visto, todo tengo que hacerlo yo.
            —Danos las larvas —dije— somos tres y tú eres solo uno. Un estúpido uno.
            Ourom estaba a su derecha, a dos metros. Escapaba ligeramente de su campo de visión y se acercaba a él de forma sigilosa.
            —No tan estúpido. Te equivocas —dijo, y señaló una puerta que había tras él.
            Se abrió y apareció Fabio que me apuntaba de nuevo con una Glock.
            —Sorpresa —dijo.
            Adolfo se acercaba despacio a la mesa que tenía al lado. Se dirigía a uno de los cajones con la clara intención de sacar alguna otra arma.
            Y empezó la acción.
            Carlos se abalanzó contra Adolfo. Ourom, aprovechó ese instante para precipitarse contra Fabio. Le sujetó la mano que agarraba el arma. Un disparo se escapó de la pistola. Ambos cayeron al suelo y forcejearon. Para ayudar a Carlos, me subí a las espaldas de Adolfo. Le mordía la cabeza y le arañaba la cara. Dos disparos más se dejaron escuchar. Carlos cayó al suelo.
            Adolfo, entonces, me cogió del pelo. Me bajó de su espalda y me lanzó contra la pared. Escuché crujir todos mis huesos. Desde el suelo vi que Fabio, con el forcejeo con Ourom, había perdido la pistola y rodaba por el suelo. Miré a Carlos, se había incorporado pero sangraba por el brazo izquierdo.
            —¡No es nada ¡ busca las larvas! —Exclamó.
            Mientras intentaba incorporarme, la pistola se deslizaba por el suelo. Danzaba sin música entre los zapatos. Impulsada de un lado para otro, al final, se detuvo debajo de la mesa. Adolfo se dirigió hacia mí para rematar su faena. Carlos levantó su pierna y le hizo la zancadilla.  Adolfo cayó. Carlos lo levantó de las solapas, pero Adolfo, ya solo dirigía la mirada hacia donde estaba la pistola. La había visto y dejaba que Carlos, que iba perdiendo fuerzas, le pegase. Lo único que pretendía era hacerse con la Glock.
            Ourom seguía luchado contra Fabio.
            La escena se ralentizó. El sonido me llegaba como si estuviese sumergida en el agua. Mi mirada se cruzó con los ojos de Adolfo que miraba la pistola y me miraba a mí. Medía mentalmente la distancia, y aunque, recibía los golpes de Carlos, su objetivo era llegar antes que yo a la pistola. La habitación quedó sola. Solos él y yo, en una lucha tácita por llegar al arma. Me arrastraba hacia debajo de la mesa, pero mis movimientos eran lentos. Adolfo estaba otra vez en el suelo. Carlos había previsto sus intenciones e intentaba detenerlo, pero las fuerzas le abandonaban. Si alargaba mi brazo derecho podría cogerla, pero cuando lo intenté, un dolor agudo me lo impidió. Adolfo alargaba el suyo y ya podía tocarla con la punta de los dedos. Con un grito levanté el brazo y la cogí. La mano de Adolfo rozó la mía. Giré sobre mi misma, y me enderecé. Arrastrando una pierna, puse la pistola en la cabeza a Adolfo. Todo paró.
            Adolfo se puso en pie. Ourom cogió a Fabio y lo puso junto a este. Mientras los tenía amenazados con la pistola, mis amigos buscaban las larvas.
            Habían dado las doce y cincuenta y tres.
            —Inténtalo —dije a Adolfo que hizo amago de moverse—, inténtalo siquiera y esta te mata.
            Adolfo sonreía, no sabía porque. Habían perdido.
            Lo entendí. La nebulosa, aquella especie de holograma danzante se estaba formando otra vez.
            Carlos, que estaba muy débil, dejó de buscar las larvas y fue hacia el ordenador. Tecleaba con rapidez, pero la nebulosa seguía su pauta.
            —Mi ejército está en camino —dijo Adolfo—. Fabio me lo ha contado todo. Se trajo el programa. La historia va a cambiar de un momento a otro. En breve saldrán por esa nube o lo que sea que habéis creado, un ejército de Fracos.
            —¡Cállate! —dije mientras lo amenazaba— Si ellos entran te juro que tú mueres.
            Ourom se colocó frente a la nube con la intención de frenar su entrada.
            —No, Ourom— dije — no podrás con todos.
            Me miró con dulzura y sonrió.
            —Son de mi tiempo —dijo—. Son míos… quiero que sepas, que me ha encantado conocerte.
            Volví a ruborizarme.
            —¡Qué tierno! —exclamó Adolfo— Qué bonita despedida.
            La nebulosa giraba cada vez más rápido y se iba volviendo cada vez más negra. Todos sabíamos lo que esto significaba.
            —¡Carlos! —supliqué.
            —¡Hago lo que puedo!¡Fabio ha cambiado la contraseña! ¡Tengo que dar un rodeo!
            La nebulosa ya era totalmente negra. Adolfo sonreía más ampliamente. Llevé el dedo al gatillo. Se escuchó un silbido largo y agudo y la nebulosa desapareció. También la sonrisa de Adolfo.
            A las doce y cincuenta y ocho, nos hicimos con las larvas. Las destruimos con fuego. Para nosotros fue el inicio de una promesa.
            Después, Carlos provocó de nuevo la nebulosa. Adolfo y Fabio viajarían al futuro. De Darío nada sabíamos.
            — Esta mal tirar la basura a otro sitio pero… Es imposible dejaros aquí —dijo Carlos.
            Cuando la nube alcanzó la negrura, los empujamos hacia el interior y desaparecieron en el acto. No me quedó el menor remordimiento. Solo sentía tener que despedirme de Ourom.
            —Cierra esa nube —dijo.
            Una sensación me invadió.
            —¿No te vas? —dije.
            —Mi mundo es este. —Hizo una pausa mientras se aproximaba—. Junto a ti.
            Las piernas me temblaban y volvía a ruborizarme.
            —Lo importante es que quiero estar contigo. —Me besó—. Soy libre para elegir, y elijo estar contigo.
            Iba a besarme de nuevo, pero Carlos, que se había recuperado un poco, se colocó entre los dos.
            —Bueno, eso está muy bien chicos —dijo—, pero no hemos de olvidar que ahí fuera siguen habiendo Fracos. Entre ellos Darío, y querrán destruirnos.
            —Será nuestra misión. Necesitaremos más gente. —dijo Ourom.
            —Eso está muy bien —dije— pero lo primero es lo primero. Hay que  comprarte ropa decente.


— ¿FIN? —


OTRA ENTREGA DEL RELATO "KALEIDOSCOPIO: EN LOS BORDES DE LA CIENCIA"

AÑO 2016

        Aquella mañana salí de casa algo más temprano de lo que acostumbraba. Carlos me había llamado sobre las once de la noche anterior y me había pedido que dejase cualquier cosa que tuviera que hacer al día siguiente porque había descubierto algo importante.
            Me pidió, más bien me suplicó con su voz meliflua, esa que pone cuando quiere algo, que estuviese en la puerta del Parque Tecnológico a las ocho y media.
            Hacía años que Carlos había empezado a desarrollar un sistema de navegación 3D para buscar canciones; según él, cada canción sería como un planeta, y al igual que los planetas residirian en galaxias, galaxias musicales. Pretendía que con una sola canción, se pudieran encontrar cientos de canciones parecidas o con el mismo esquema.
            Esto superaba con creces otras alternativas esistentes. Con esta herramienta, podríamos encontrar canciones de todas las épocas y de todos los estilos.

            De modo que, a las ocho y media, me encontré con Carlos y nos dirigimos al Centro de Innovación y Biocomputación.
            —Raquel —dijo—. Ha ocurrido algo estupendo. Después de diseñar la herramienta, se me ocurrió la idea de dejar el algoritmo en búsqueda sincopada de canciones.
            —Vale —respondí, mientras me sentaba en una silla— y eso ¿qué es?
            —Jaja, pues dejar al sistema de navegación que busque sin instrucción prefijada. Es decir, que el ordenador busque la canción que quiera, y que busque solo aquellas que puedan ser “hermanadas”. —la última palabra la entrecomilló con los dedos.
            —¿Y? —dije sin entender nada.
            —Estoy tan entusiasmado, que creo que es claro para todo el mundo. No pongas esa cara, es que…bueno dejémoslo así. El sistema ha dado un salto. Ha buscado y lo que ha encontrado, lo traduce al oído humano. Creemos, aunque no estamos muy seguros, que ha captado el sonido del espacio ¿no es fantástico? Ha actuado casi como una inteligencia artificial.
            —Como no me lo expliques mejor no me entero. —dije con cierto enfado.
            —El universo tiene sonidos, podríamos decir que “resuena” —de nuevo entrecomilló la palabra con sus dedos—.Nuestro oído no puede escuchar el sonido si no hay aire. Pero esto no quiere decir que no exista. ¿Te acuerdas de la campana de vacío? Cuando el aire salía de la campana, el timbre enmudecía. ¿Te acuerdas?
            —Claro, y cuando el aire volvía a entrar, el timbre iba sonando más fuerte conforme más aire entraba.
            —Correcto. Veo que has hecho los deberes—dijo sonriendo.
            —No seas tonto, sigue.
            —Pero que no llegue sonido alguno a nuestros oídos, no quiere decir que el timbre no suene, es decir que no produzca perturbaciones. De hecho sigue repicando. Lo que nuestro sistema nos dice, es que podemos oír el sonido del universo y que si tuviéramos la campana esa aquí mismo, podríamos oírla aunque estuviese en el vacío porque los algoritmos la traducirían al oído humano.
            —¡Es cojonudo! —dije— y ¿cómo suena eso del universo o lo que sea?
            —El programa ha transformado esas perturbaciones,  las cambia a sonidos reconocibles por el oído humano. Escucha.
            Carlos pulsó una tecla del ordenador.
            —¿Qué te parece?
            —Que me tomas el pelo, eso son ballenas del Ártico —dije mientras sonreía, porque pensaba que todo aquello era una broma.
            —Jaja, sabía que lo dirías. Es verdad que parece eso. Quién sabe si las ballenas saben los secretos del universo y nos lo están repitiendo una y otra vez y nosotros, que nos creemos  superiores, las matamos y las ignoramos. Es decir, que sean como este programa, escuchan el sonido del universo y lo reproducen.
            —¿Tú estás seguro de todo esto? —dije mientras buscaba un caramelo en mi bolso. Había dejado de fumar hacía unos cuantos meses y no aguantaba las ganas de echarme un cigarrillo a la boca. Ciertamente, la ocasión lo requería.
            —Aquí no acaba. —dijo Carlos que estaba cada vez más entusiasmado—. El caso es, que si lo de antes te parece sorprendente lo más estupendo de todo es que hemos encontrado una secuencia.
            —¿Una secuencia? Carlos, es muy temprano para todo esto, siento que mi cerebro va a estallar.
            —Una secuencia es como el estribillo de una canción. Este se repite después de cada estrofa. Con esto ha ocurrido igual. Hemos encontrado un estribillo. Tres veces. Si coincide otra vez, lo procesaremos con el programa 3D.
            —¿Y porque esa secuencia y no otra?
            —Podría ser. Pero si esta se repite será por algo ¿no?
            En ese momento entró Fabio. Noté como su rostro blanco albino, incluso su cabeza rapada  enrojecía, y sus ojos grises, casi trasparentes, se clavaban en mí.
            —¿Qué haces tú aquí? —dijo.
            En realidad era un tipo desagradable. No sé cómo Carlos hacia migas con él.
            —Vamos tío —respondió Carlos—. Ella no dirá nada —y dirigiéndose a mí dijo— es que esto, aún es algo secreto.
            —Por mí —dije mirando a Fabio— podéis estar seguros de que no contaré nada.

Continuará...