GUSTAVO,GUSTAVITO,GUSTABÍN


GUSTAVO, GUSTAVITO, GUSTABÍN

A Gustavo, Gustavito o “Gustabín” como lo llamaba su padre, le gustaba jugar al ajedrez. Cuando su padre lo llamaba con voz de tenor solitario, —Gus-ta-bín…—,  hacía resonar el “bin” como el timbre de una bicicleta y dejaba el eco resonando en tu mente (bin bin bin).
A Gustavo, Gustavito o Gus para los amigos, aunque nadie lo llamaba así, le gustaba el niño que veía en el espejo, —eres un lord— le decía.
A Gustabín (bin bin bin), lo educaron para ser el mejor, pero a falta de serlo, (el mejor me refiero), no tuvo reparos en creérselo. A esto contribuyó el apoyo de su amado padre que veía en el niño un reflejo de sí mismo. También se llamaba Gustavo, aunque hacía mucho que a él no le llamaban Gustabín y por su puesto no hubo nadie que lo llamase Gus, tenía un cuello que creció hacia adentro, tan corto y tan tímido que lo llevaba bien agazapado, oculto tras la enorme barriga que abrazaba todo el cuerpo. No puedo decir que tenía dos piernas, alguien como él solo podía tener patas, dos patas de alambre peludo que en verano solía cubrir con un albornoz, fuese agosto y el sol derritiese hasta las buenas intenciones. Como decía, solía llevar un albornoz aunque fuesen las cuatro de la tarde, pero de vez en cuando, con alguna brisa o en un descuido al sentarse en uno de los pomposos sillones de mimbre, salían ellas, las patas, explícitas en todo el esplendor de su fealdad y entonces tú te preguntabas como aquellas piernas de paralítico podían sostener aquel tronco de baobab. Su voz cavernosa retumbaba en los espacios cerrados como un aria sin música pero tan llena de pedantería como un cortesano de Luis VI.

Gustavo, Gustavito o Gustabín (bin bin bin) era pues un clon de su padre, una reproducción exacta en tamaño mini, como si fuese un suvenires o un llavero. Del niño en la escuela y del padre en el trabajo se reían todos y al niño solo le faltaba la pipa en la boca, se creía un gentleman ingles al mas puro estilo parental pues este no paraba de decirle “Gustabín (bin bin bin) eres un lord” y con esto se piropeaba a sí mismo, en el reflejo genético de su esnobismo.

Los hermanos de Gustavo, Gustavito o Gustabín (bin bin bin), vivían en la sombra espectral que tanto su padre como él desplegaban, pues solo ellos formaban un universo paralelo retroalimentado en su mutua admiración y donde el reflejo de las cosas se distorsionaban bajo su profundo y gran ego.

— Querido Gustabín (bin bin bin), has visto, todos nos respetan y envidian. — Le dijo dando amplias zancadas de importancia.
—Sobre todo cuando me dieron el diploma de participación.
—Sí Gustabín (bin bin bin).
—¿Viste mi movimiento de alfil antes de que el otro me comiera la torre?...Era para despistar. — Dijo en tono triunfal.
— Sí, y ahora mismo lo vamos a celebrar.

Eran el hazmerreír cuando ellos se pensaban estar en el más excelso de los deseos de los demás, y ambos festejaban las mediocres acciones fuesen notas o campeonatos a los que se inscribía.

Aquel verano marcó el inicio de una adolescencia ¿rebelde?, no, extraña.
—Gustabín (bin bin bin) has terminado el curso y este año solo te ha quedado una. ¿Qué te gustaría que te regalase hijo?
—Pues… no se, papi ¿podría ser algo…que no fuese una cosa?
—Por supuesto Gustabín (bin bin bin) — y le revolvía el pelo con su enorme mano en la que lucía un enorme sello herencia de la herencia de otra herencia de un tatarabuelo ladrón.
— Me gustaría que cenáramos en el Maxim’s de París.
—Excelente idea Gustabín (bin bin bin).
Y le entraba un regocijo, un regusto… que hijo tengo, dios mio, que hijo tengo pensaba, mientras mostraba la más de las condescendientes de las sonrisas.

Ambos constituían un claro ejemplo de la decadencia humana en el terreno de lo esnob, eran los representantes de una clase, llena de obsoleta prepotencia que los hacía caer en el más excelso e irrisorio de los ridículos. Eran bufones de su propia egolatría y el objetivo de chanzas, siempre a sus espaldas, en cualquier circulo, reunión o lugar donde estuviesen, pues nunca se desprendieron de la petulancia ni de la pesadez de sus conversaciones monotemáticas que solo giraban en torno a ellos.

Fue creciendo entre los halagos hipócritas de los que le rodeaban, porque tenían el dinero suficiente (ya dije herencia de antepasados) que pudieron conservar con el esfuerzo de sus tiranizados empleados, en fin “en tiempo de crisis el tirano crece”, pero penosas inversiones dieron al traste con sus vidas regalonas y la realidad les explosionó con inesperada dureza. Gustavo, Gustavito, Gustabín (bin bin bin) y su padre continuaron siendo unos pedantes engreídos, solo que ahora nadie disimulaba su antipatía hacia ellos.©

—FIN—