LUCIÉRNAGAS


LUCIÉRNAGAS

—Jo tío —comenzó a decir el Bolo tras aquella pausa que había durado algo menos de lo que dura un incómodo silencio.
—Jo tío —repitió, y tras este comentario se llevó el porro a la boca,  le dio una honda calada y soltó el humo de forma rápida, casi de golpe —que fuerte tío, que fuerte.
—¿Ehnn? —le contestó el Canijo con los ojos entornados y algo más cargado que su amigo.
—Anda tío ¿no sabes lo del Cojo? —dijo ofreciéndole el pitillo de humos alelantes.
—¿Ehnn? No, ¿qué passa? —lo cogió y le dio una sonora calada mirando fijo entre sus dedos a su amigo.
El Canijo, su amigo, su colega, le devolvió el canuto, lo rechazó sin mirarlo con la vista puesta en el horizonte. Los dos estaban sentados en el murete de piedra que mira al mar. Su barrio es uno de los barrios oscuros de la ciudad, uno de aquellos donde durante el día entras con algo más que prudencia y en la noche es un vacío negro en nuestras opciones, un punto rojo en el mapa de nuestra mente, una imprudencia si entras, solo existe si eres uno de ellos o eres uno de aquellos que van en busca de alguna “cosilla”.
—Se ha largao con la Merche —le respondió—, el Cojo se ha largao con la Merche ni más ni menos. Que se ha enamorao ¿tú te lo crees?, ¡si a esa nos la hemos tirado todos!
— ¿Todos? —dijo el Canijo— ¿todos? ¡Yo no tío!
—Es que tú eres un pringao tío, estas tan colgao siempre que no te das cuenta de ná ¡no sabes lo que te pierdes algunas veces tío! Y no solo lo de la Merche, la vida tío, la vida, que puede ser mu perra, mu perra. Ahí tienes a mi padre “el Embotellao” borracho todo el día, dale que te pego a la botella cuando no está durmiendo la mona y mi madre fregando casas y aguantándolo que dice que al menos no le pega, y yo tío, no sé qué me entra cuando lo veo. Pero mi madre dice que como lo toque me echa de la casa ¿te crees tío? Que me echa. Sí,  la vida es mu perra a veces y para unos más que para otros.
El amigo lo miró sonriendo con ojos dormitados.
 —¿Crees que la Merche querrá conmigo?
—No ten-teras de nada ¿No te dicho que se casa con el Cojo? Que se ha enamorao de ella y que no le importa que esté preñá, y lo peor es que no sabe si es suyo pero que no le importa, dice. La vida puede ser mu perra pero, a veces la vida sonríe y al menos pal hijo de la Merche parece que va ser así,  porque el Cojo es un buen tío. Lo cuidará bien.
—¿El Cojo? ¿Qué Cojo? —respondió levantando la cabeza y dando otra calada.
—Jo tío te estás pasando. Qué cojo, qué cojo, pues nuestro Cojo, el Sebas, el hijo de la Manuela, la del kiosco y además se han ido del barrio, es lo mejor. Si yo tuviera un hijo lo llevaría al parque de la mano, despacito ¿sabes? Pa que no se canse. Imagínate yo con un niño de la mano, y luego de jugar un ratito lo traería a la playa, a jugar con la arena, le haría el castillo más grande, pa que viese que su padre es un tío importante, y después, cuando estuviese cansado lo cogería en brazos pa que se durmiese con su cabecita en mi hombro, sí tío…estaría bien y cuando fuese un poco más grande jugaría con él al fútbol.
—Si…tío —sonrió el Canijo­— y si fuese niña ¿ehnn?
—Pue le compraría todas las cosas rosas, sería mi princesa.
Con la vista puesta en sus manos comienza a contar con los dedos.
— Oye….tío…estuve con ella...hará…dos meses…tres…¿no será el niño de la Merche hijo mío?
La pregunta quedó suspendida entre el armonioso ritmo de las olas.
—No importa —continuó—, el Cojo será mejor padre que yo ¿verdad Canijo?
Le echó el brazo por el hombro, adelantó su otra mano y cogió el consumido peta, a continuación le dio una profunda calada que brilló como una luciérnaga roja en la oscura noche que llegaba. ©