No quise mentirme;
sospechaba desde hacía tiempo. Llámale
instinto o sabiduría inconsciente. Lo único que sé; es que cuando vi otro
nombre con mi dirección en el ramo de rosas que Nico me envía todos los años
por el día de los enamorados, me quedé intranquila. Algo más alarmada me puse
cuando le pregunté que quien creía él que podía ser esa mujer y me advirtió,
que en un día tan señalado, no era de extrañar que se hubieran equivocado en la
floristería; -El ramo al menos te llegó-. La respuesta hubiese sido correcta y
por supuesto no hubiese despertado en mí ningún recelo si aquel imperceptible
tic del parpado derecho, el que le surge y le delata en situaciones complicadas,
no hubiese aparecido. Aquello olía a chamusquina.
Aunque lo cierto, es que
cuando aquella mujer apareció tras la puerta después de llamar, no me extrañé. Parecía
como si todo mi yo se hubiese preparado para este momento.
—¿Eres Margarita?
—Preguntó.
—Tú debes ser Ángela.
— Confirmé.
Nos miramos y nos
reconocimos cada una en la otra.
Después de una tensa
conversación, en la que cada una ha satisfecho la curiosidad recíproca; la
morbosa y la que no. Nos hemos quedado en silencio.
—¿Quieres una
cerveza? —le he preguntado.
—Vale.
He pensado que somos
tan opuestas en unas cosas pero tan idénticas en otras que nos complementamos.
Entre cerveza y
cerveza hemos seguido hablando; ya no de
Nico. Por un momento nos hemos mirado
y nos ha entrado la risa; una de las dos ha soltado un ¡pobre Nico!
Y sí; tiene que ser
duro para él tener que elegir entre una de nosotras. Esto último lo he tenido
que decir en voz alta porque ella me ha respondido que no tendría por qué
hacerlo.
—¿Nos vemos mañana?
—ha preguntado al marcharse.
—Claro.
Después de intercambiar
los teléfonos hemos quedado en llamarnos. ©
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