Buscaba entre sus libros de historia aquella anécdota de la Regente María Cristina cuando apareció la vieja postal. La profesora sonrió; un instante de los años sesenta. El pueblo todavía conservaba esa apariencia cándida y libre de los pueblos costeros, sin esa contaminación mecánica y humana que llamaron progreso.
Se apreciaban los raíles de la
cochinita. Aquel viejo tren que recorría la costa. Bonito cercanías seria ahora,
si lo hubiesen integrado en la remodelación del pueblo, pensó.
Cogió una lupa. Se podían ver algunos
veraneantes, aquellos primeros y sonrió al ver sus atuendos tan descocados en
aquella época. Le vino a la memoria la mañana, casi al amanecer, que bajó a la
playa con la pandilla para ver sacar el copo. Entre otros peces había uno enorme con
algo extraño en la cabeza que le causó escalofríos. “Es una rémora”, le dijo
uno de los pescadores.
Con la postal en la mano fue a la
cocina, probó el guiso que tenía en la candela y notó que le faltaba sal. Con
un destello en su mirada consideró que sus alumnos preferirían sin duda, la historia
surgida de la postal; colmada de brisas marinas y soplos de añoranza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario