AMARGA VICTORIA
Las
manos de la niña se hundían en el agua fresca y trasparente de las lánguidas
olas.
En
cuclillas, buscaba a tientas piedrecitas de colores en la arena de la orilla.
Distraída, entre sus labios se deslizaba el eco de una canción. Cuando cogía
una, la palpaba entre sus dedos y con una sonrisa infantil mostraba sus dientes
de leche. Después levantaba su brazo marcado de cicatrices; de tejidos
injertados que regeneraron con dificultad, y con la piedra entre los dedos,
preguntaba:
—¿De
qué color es esta, tita?
—Blanca.
Le
contestaba, mientras descubría, con los ojos bañados en lágrimas, su triste reflejo en las gafas oscuras de la
pequeña. ©
MÉNAGE À TROIS
El amor surgió sin imposiciones entre la joven pareja: El
joven capitán de la guardia y el Rey, se amaron profundamente desde que se
conocieron.
La Reina, que empezó a sospechar, preocupada le preguntó:
—Ya no me miráis igual que antes, ¿es que hay otra mujer?
—No majestad —respondió el capitán— solo vos. ©
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