Esta carta la encontré debajo de la
silla del bar en el que me senté, estaba dentro de un sobre en el que no
aparecía destinatario alguno. Antes de ver su contenido imaginé que era dinero
y al no ver que era así la guardé en el bolso con el propósito de tirarla en la
primera papelera que encontrase. Con ella anduve el resto del día sin
acordarme. Cuando llegué al hotel pensé que si había sido mi polizón durante
tantas horas merecía que la leyese y así fue, aquí está porque valió la pena.
La he llamado,
“LA CATARSIS DE LA CRISÁLIDA”
Marzo de 2012
Delante del ordenador, sin saber si
ha pasado un rato o solo unos pocos minutos, esta página en blanco me llama
solícita, y siguiendo el impulso hipnótico de su reclamo he comenzado a
escribir. A escribirte.
Es una necesidad que siento extraña
y no sabría explicar con que motivo ha surgido, quizás sea el momento de hacer
real nuestra ruptura, y confirmar que mi vida ya es otra.
Que yo siempre te quise más, no
cabe duda. Tú y yo lo teníamos claro, a mí no me importaba, y una mirada tuya
era bastante para que yo, tu perro fiel, tú sombra, te adorara. No era solo
amor.
Tuvimos buenos tiempos, tiempos en
los que fuimos felices, doce años no desaparecen de un plumazo aunque el final
haya sido amargo. Sobretodo para mí.
Quizás, cuando pase el tiempo nos
acordemos de aquellos años con añoranza, al menos eso espero, no por el amor
perdido, pues ya no sentiremos nada el uno por el otro, solo quedará la
nostalgia de la juventud perdida, de aquella felicidad que, asustada, se fue
por entre las grietas que fueron apareciendo a nuestra relación.
Como si de una proyección de mí mismo
se tratase, guardo la imagen en mi mente de dos jóvenes adolescentes. Tú y yo.
Era verano, estábamos en la playa, recuerdo nuestras miradas y aquellas ganas
locas que tenía por besarte, acariciaba tu pelo brillante y húmedo y aún
conservo en mi retina tu mirada, tus ojos de niña, tus ojos de cuando aún me
amabas.
Descubrimos muchas cosas, crecimos y
maduramos, nos hicimos hombre y mujer y en esta evolución tú te apartaste de
mí, yo lo hice contigo, no me estorbabas yo a ti sí.
Y que me dirías de nuestras risas
¿te acuerdas? Armadura de nuestra relación, era el talismán que nos protegía.
Siempre creí que sería la fuerza invisible que nos uniría hasta que fuésemos
dos ancianos, pero dejamos de reírnos y dejamos de ser cómplices. Creo que era,
que fue, nuestra primera grieta.
No tuvimos hijos, cuando te lo
propuse lo primero que me dijiste fue que yo era un egoísta, y que tu cuerpo no
sería el mismo, que te estropearías, sí, eso dijiste exactamente, que te
estropearías. Te respondí que no me importaba, que siempre te querría, y lo
decía de veras, pero tú no quisiste saber nada más y me conformé.
Deseaba tenerlos y renuncié por ti,
solo por ti. El mundo llegaba a mí a través de tus ojos, de tus oídos, de tu
boca. Tú eras el filtro de mi voluntad, y terminé convirtiéndome en tu
marioneta, tu pelele, tu felpudo.
Aun así durante la transformación
fuimos felices o al menos yo si lo fui, compartíamos nuestras vidas entre el
trabajo y nosotros, yo no necesitaba nada más, pero me pediste espacio y por
darte, te di hasta el mío. He sido tu amigo, tu amante, tu paño de lágrimas, tu
fan en tus tiempos duros y mis brazos un refugio donde acudías en los días de
tristeza. Nunca te pedí nada, que la
vida te llamaba decías, que conmigo habías estado muerta, que la sensación que
tenías de nuestros años juntos era como el de una hibernación de la que
despertaste, según tú a tiempo, a tiempo ¿de qué?
Que querías volar, cuando a mi me
cortaste las alas, ironías, no te diré que de la vida, bastante tiene la vida
con serlo, ironías tuyas, egoísmo pueril, no fuiste franca y te anduviste con
rodeos, sencillamente te cansaste, era duro el día a día, el mantener una
relación y el cariño, no fuiste valiente o es que ¿solo te dejaste querer? no
te esforzaste, claro que no. Si alguna
vez fuiste feliz fue gracias a mí. Nunca buscaste momentos, rincones, sorpresas,
y al final te olvidabas de nuestras fechas, aquellas, las que eran solo
nuestras.
¿Te acuerdas de las cenas que te
preparaba a la luz de las velas? ¿El resplandor de estas sobre la pared, sobre
el techo? y ¿nuestras sombras?, proyecciones de felicidad, mientras nos
besábamos. Recuerdo la que abrió otra grieta, cuando llegaste demasiado
cansada, demasiado tarde. Las velas se consumieron y a mí me consumieron las
dudas.
Te esperaba en el sofá de casa a
media luz, te había hecho no se cuantas llamadas perdidas a tu móvil. Abriste
la puerta despacio creyendo que dormía, pero te enfadaste al ver que había
estado esperándote “¿Qué haces?” Dijiste “¿ahora me espías?” No supe que
contestar. Y seguiste, que si tuviste que apagar el móvil, que si era un
pesado, que si te había dejado en ridículo: “¿no sabes que estoy trabajando?¿a
que viene tanta llamada?...” Te dejé
hablar, en ese instante supe que ya no me querías, y que posiblemente ya
pertenecías a otro, pero deseché esta idea de inmediato porque me haría tanto
daño que no podría resistirlo.
Antes de que me dejaras, la
soledad se hizo amiga mía, me acompañó a todos los lugares, incluso hubo veces
que compartimos buenos momentos, momentos en los que reflexionábamos y me
preguntaba ¿Por qué te quería tanto?
Cuando te fuiste en busca de “tu
vida”, (curioso que ir junto a otro hombre lo llamaras así), a la soledad se
unió otro compañero. Sus grados envenenaban mi sangre pero relajaba mis
pensamientos, al menos, al principio. Después se convirtió en mi enemigo, se
hizo yo, habló por mi boca y actuó con
mi cuerpo, las borracheras fueron cada vez más seguidas y cada vez más
inconscientes.
Fui perdiendo cosas, importantes,
aquellas que la sociedad considera imprescindibles para que permanezcas en ella
como un digno ciudadano, como una persona, como un miembro más de su selecta
colectividad. Primero te perdí a ti, después mi dignidad, lo tercero fue el
trabajo.
Años de duros esfuerzos, de continuo
demostrar que vales, de capear con los clientes, con los compañeros, con los
jefes, y cuando bajas la guardia, te desligas un poco porque en ese momento no
puedes ser el que era, porque tu realidad se ha roto, porque ya no eres tú,
porque se te ha escapado media vida y necesitas que te traten como un ser
humano, entonces, solo eres un número más en la cuenta de resultados, solo un
nivel de rentabilidad en la empresa, y cuando ya no lo eres (rentable, me
refiero), te dan la espalda, te llaman al despacho, sí a ese despacho y con
unas palabras que quieren parecer de aliento ¿de aliento?, te dan una palmada
en la espalda que es más bien un empujón
para que cojas, lo antes posible, la calle.
Sí, me quedé en la calle, la
puerta acristalada de la multinacional en la que trabajaba quedó a mi espalda.
Los coches pasaban a toda velocidad por la amplia avenida. La dividía en dos
una hermosa mediana verdeada por el césped en la que se erguían esbeltas
palmeras cuyas palmas, mecidas por una suave brisa, parecían saludarme con
languidez. Olía a primavera, ¿responsables? los azahares de los frondosos naranjos
que adornaban las aceras. El sol calentaba con regusto, quizás por esto o solo
por cobardía deseché de inmediato la idea de lanzarme a la carretera que se me
había presentado en la cabeza y así perecer bajo alguno de los vehículos que la
atravesaban, y como no soy egoísta, ya lo sabes, también pensé en el
desgraciado que caería con mi muerte en su consciencia. Me di media vuelta,
busqué el paquete maltrecho de tabaco que guardaba en uno de los bolsillos de
la chaqueta y cogí un cigarrillo, mientras lo encendía con una profunda y
decepcionada calada me dirigí al bar más cercano (necesitaba el agrio olvido
corriendo por mis venas) y más alejado (me avergonzaba encontrarme con alguno
de mis excompañeros) de aquel sitio.
No he de decirte, pues ya lo
sabes, que tras esto vino mi total declive. Tu ya no estabas, pero lo sabías,
también perdí la casa, nuestra casa.
Cuando te fuiste decidiste que yo
me quedase en ella, tú tenías donde ir, en eso quizás me favoreció tu egoísmo,
aunque no del todo pues también me quedé con los gastos. Perdí la casa, y tras
muchos vaivenes de los que apenas tengo un recuerdo nebuloso adquirí otro ex,
ex hogar.
Tú viniste, después de meses de
no verte, regresaste, pero solo de visita. Bella como siempre, tu pelo castaño
y brillante desprendía aromas de canela. Yo estaba sentado en una silla de la
cocina, solo puedo recordar tus botas que se movían de un lado para otro como
las de un coronel y tus manos que se movían con la intensidad de tu enfado, no
mostraste ni un ápice de piedad, y recuerdo que lo mejor que me llamaste fue
“desecho humano”, pero esto no fue lo peor. El hecho de que yo, en algún
momento hubiese esperado de ti que me tuvieses algo de compasión, me humilló
más que tus palabras y me sentí como un gusano.
Al tomar conciencia de como me
sentía se operó un cambio en mí, algo parecido a una metamorfosis. Fue el
culmen o el inicio, no sé, de un proceso que había comenzado con tu abandono,
hasta del estiércol pueden brotar flores bonitas.
En realidad no me daba cuenta de
que solo creía que estaba perdido sin ti, y aceptaba mi condena sin saber que
no estaba sentenciado. Que el estar contigo era como ser aquel preso que con
grilletes vive encadenado a un grueso muro en un oscuro y húmedo calabozo, y
era incapaz de percibir, que con cada pérdida que sufría se rompía un eslabón
de la cadena que me aprisionaba, así, hasta que al perderlo todo también rompí
mis ligaduras.
Como te di mi libertad cuando
estaba contigo, al irte la recuperé, fue un largo y duro proceso, un renacimiento
y mi vida la atrapó con ansia, con deseo y con inexperiencia. Vagué, vagabundeé
y descubrí el mundo. Soy su viajero, un explorador, y un coleccionista de
vivencias. He vuelto a disfrutar de amaneceres, nuevos y distintos, de noches
sin estrellas, o de otras donde la luna llena ha alumbrado mi camino, de
ciudades y gentes desconocidas e insólitas, de amigos ocasionales y quién sabe
si algún amor, quizás esta vez el verdadero, sabes que soy un romántico.
Gracias a tu olvido recordé quien
era, yo al menos no me arrepiento de nada, y si naciera otra vez, volvería a
quererte. No reniego de cada etapa de mi vida, todas estaban proyectadas, todas
han sido necesarias para llegar aquí.
Por eso, hoy, cuando caminaba por
la aceras de Estambúl, antes de embarcar hacia oriente, decidí entrar en este
locutorio, sentarme delante de este ordenador y escribir. En un principio dije
que era una necesidad y que no sabría decir el motivo, en este momento lo veo
claro. Para cerrar mi círculo, para cerrar definitivamente la puerta, es
necesario que te perdone y así lo he hecho, ya lo había hecho, aunque ni yo
mismo lo sabía.
Desde que pude pensar en ti sin
sentir que el corazón se desgarraba, sin sentir un nudo en la garganta. Desde
que el dolor desapareció y el rencor dejó paso al sosiego, desde ese instante
en que la ilusión regresó, desde entonces ya tenías mi perdón, solo queda darte
las gracias aunque nunca las recibas, ya puedo marchar en paz.
Miguel ©